Un día se acercó un hombre a un grupo de niños que estaban jugando en un patio. El buen
hombre se puso a dar brincos y hacer toda clase de payasadas y juegos para divertirlos. La madre
de uno de los chicos lo observaba todo desde la ventana. Al poco tiempo se bajó al patio y se llegó a su hijo.
- Ah! -, le insinuó -, este hombre es un santo de verdad. Hijo mío, ve con él.
El hombre puso la mano sobre el hombro del chico y le susurró:
- Dime amigo, ¿Qué quieres hacer?
- No sé, respondió el chamo. ¿Que quiere usted que haga?
- Eres tú el que tienes que decirme lo que quieres hacer.
- ¿Yo?- Pues a mí me gusta jugar.
- Entonces, ¿quieres jugar con el Señor?
El muchacho quedo sorprendido sin saber qué decir. Entonces el santo añadió:
- Si tú consigues jugar con el Señor, harás lo más hermoso que se puede hacer. todos
toman a Dios tan en serio que lo han hecho mortalmente aburrido. Juega con Dios, hijo mío. Es un
compañero de juego incomparable.
(La silla vacía y otras historias, Bruno Ferrero)
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